Si tomamos un momento para reflexionar, notamos que hoy en día, con la tecnología de los smartphones, las redes sociales y las aplicaciones, muchos de nosotros ya no socializamos como solíamos hacerlo. Ahora tenemos el smartphone como una excusa para no interactuar con un extraño en el ascensor, o con un paciente desconocido que espera al mismo médico que nosotros en la sala de espera. La dependencia de los dispositivos tecnológicos es cada vez más evidente y puede considerarse una estrategia de evasión.
Las relaciones en general son cada vez más virtuales; el contacto visual se está volviendo más raro; y las interacciones sociales, menos frecuentes. Se ha convertido en un hábito que los padres les ofrezcan smartphones o tablets a sus bebés para distraerlos mientras realizan otras tareas, lo que perjudica la importante conexión entre padres e hijos. Los diagnósticos de todo tipo de enfermedades mentales en niños han aumentado de manera alarmante. Tanto los niños como los padres están fuertemente conectados a la tecnología, desconectándose entre sí. Los perjuicios en la calidad de la convivencia familiar son profundamente evidentes. Mientras que, por un lado, las personas se sienten más cercanas y unidas a través de las redes sociales, por otro lado, la falta de contacto social, de contacto físico y de miradas las aleja cada día más en la práctica.
Cada vez más, los niños prefieren encerrarse en sus habitaciones y jugar videojuegos solos en lugar de reunirse con amigos para conversar o jugar. No estoy en contra de la tecnología, al contrario, la adoro y la utilizo todos los días. Mi preocupación es por el uso excesivo. Mientras la mayoría de los padres se centra en preocuparse por cómo están utilizando la tecnología sus hijos, en qué sitios web están entrando y en qué salas de chat participan, descuidan el porqué sus hijos están utilizando tanto los dispositivos tecnológicos.
La tecnología ciertamente no es algo malo. Sus efectos positivos en los jóvenes se reflejan diariamente, desde los beneficios de las computadoras en las escuelas, hasta cómo las tabletas han ayudado a los niños diagnosticados con autismo a ser más sociables. Sin embargo, la habilidad social, que viene con la capacidad de manejar las propias emociones, ha sido gradualmente perjudicada. Las personas están teniendo cada vez más dificultades para enfrentar conflictos cara a cara porque se están acostumbrando más y más a resolver todo a través de algún tipo de tecnología. El índice de depresión y suicidio en las generaciones más jóvenes está creciendo de manera alarmante. La tendencia, con el aumento de la tecnología, es que el aislamiento social aumente aún más. Es fundamental que reflexionemos sobre el mundo que queremos dejar a las próximas generaciones. El ser humano, al igual que los animales, necesita convivir en grupo e interactuar. La salud mental y psicológica depende esencialmente de la calidad de esa convivencia y de la calidad de las interacciones sociales.
Thais Clemente